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Una radiografía del trabajo infantil en Argentina

El trabajo infantil afecta al menos al 15 por ciento de la población de entre 5 y 17 años en Argentina, pero no afecta a todos por igual: hay enormes disparidades en juego en lo que respecta al nivel socioeconómico, el género y la ubicación de cada niño.

Las declaraciones realizadas a principios de este mes por el diputado de La Libertad Avanza, Alberto 'Bertie' Benegas Lynch, han vuelto a despertar un debate sobre un tema cada vez más relevante en Argentina. Al afirmar que la decisión de enviar a los niños a la escuela debería ser “responsabilidad de los padres”, sugirió que el Estado no debería intervenir.

“Muchas veces puede pasar, y especialmente en Argentina, que no puedas darte el lujo de enviar a tu hijo a la escuela porque lo necesitas en el taller con su padre. ¿Cómo va a decidir el Estado sobre el niño? No se me ocurre nada más invasivo”, fueron los polémicos comentarios que provocaron una tormenta en las redes sociales.

El acceso a la educación a tiempo completo es ciertamente un lujo que muchos niños y adolescentes no pueden permitirse.

Según estadísticas recientes del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la Universidad Católica Argentina (UCA), el trabajo infantil en actividades domésticas intensivas y en el mercado afecta a cerca del 15 por ciento de la población de 5 años. a 17 (6,9 por ciento en trabajo doméstico y 9,2 por ciento en trabajo económico).

Existen documentos recientes que ayudan a reconstruir una mirada más actual y compleja sobre el trabajo infantil en Argentina. La misma institución de la UCA elaboró ​​otro informe (“Indicadores de déficit de desarrollo humano y social en la niñez argentina 2004-2023”) que mostró que de 2007 a 2019 el trabajo infantil aumentó de manera casi sostenida.

La pandemia de Covid-19 provocó una caída abrupta debido al aislamiento forzoso, pero después de eso, los niveles previos a la pandemia comenzaron a regresar.

Naturalmente, el impacto no es el mismo dependiendo de las condiciones socioeconómicas del grupo familiar del niño o adolescente.

Durante el período del estudio de la UCA (2007-2023), la propensión al trabajo doméstico de niños y adolescentes entre 5 y 17 años de los sectores más bajos alcanzó un máximo de 13,4 por ciento en 2011, mientras que para los sectores medios y altos esa cifra fue 2,2 por ciento.

En 2019 y durante la pandemia, la propensión al trabajo doméstico del primer grupo cayó al 10,6 por ciento, mientras que para el segundo fue del 3,1 por ciento.

En cuanto al trabajo no doméstico, ocurrió algo similar: en 2010, cuando hubo pico, el trabajo infantil alcanzó el 23,7 por ciento para las personas del nivel socioeconómico más bajo, mientras que para el nivel superior ese porcentaje fue del 7,6 por ciento.

Si analizamos los datos de 2019, los niños de los hogares más pobres tenían una mayor propensión a trabajar (11,4 por ciento, 7,5 en los sectores más altos), pero después de ese año hubo una fuerte caída: bajó al 3 por ciento en el primero y al 2,1 por ciento en este último.

En los períodos en los que el trabajo infantil disminuyó, la brecha entre quienes tienen menos y más recursos también se reduce.

Para 2023, el trabajo doméstico intensivo lo realizaban 5,5 por ciento de los niños y adolescentes en situación económica más vulnerable y 1,9 por ciento de los sectores de hogares con mayores ingresos. En cuanto al trabajo no doméstico o económico, el año cerró con cifras del 12,8 por ciento y 6,4 por ciento respectivamente.

El problema de estas brechas es la alta probabilidad que tienen de volverse permanentes. El acceso a una educación de calidad está muy influenciado por el trabajo infantil, ya sea por abandono escolar o por un menor rendimiento. Por otro lado, el acceso desigual a la educación condiciona la capacidad de conseguir un trabajo de calidad en el futuro.

“Entre 2007 y 2023 se observa una tendencia positiva en la escolarización de niños de tres a cinco años [years of age]. Durante el período, el déficit de escolaridad se redujo en 16,5 puntos porcentuales. Si bien se deterioró durante la pandemia, la recuperación fue notable y 2023 llegó con un déficit de 22,8 por ciento, la incidencia más baja de la serie”, afirmó el organismo de la UCA en su informe.

Sin embargo, los expertos también explicaron que la brecha de desigualdad se amplió. En 2023, un niño de tres a cinco años del sector medio-alto tenía 3,5 veces más probabilidades de acudir a una institución o centro educativo en comparación con sus pares del sector más bajo. En el caso de los adolescentes, esta diferencia de probabilidad se eleva a cinco.

Los datos del Observatorio de Trabajo Infantil y Adolescente (OTIA), aunque menos actualizados, pueden ayudar a aclarar algunos puntos dentro de este panorama general.

Los últimos datos nacionales, del año 2021, muestran que el impacto del trabajo infantil es mayor en el Noroeste y Noreste de Argentina, así como en las zonas rurales, donde la asistencia de niños entre 5 y 15 años se duplica en comparación con las regiones urbanas y otras provincias del país.

La brecha de género también aparece a una edad temprana. Mientras que las niñas ganan un salario promedio 22 por ciento menor que el de los niños, en el caso de los adolescentes esta brecha se eleva al 40 por ciento en las zonas urbanas y al 58 por ciento en las rurales.

“Los niños realizan principalmente actividades para el mercado y el consumo personal, mientras que las niñas y las adolescentes se involucran más en actividades domésticas intensivas, lo que revela una división del trabajo por sexo basada en estereotipos de género que comienza a una edad temprana”, afirma el informe de la OTIA.

Por otro lado, “los itinerarios educativos se ven más afectados entre los niños y adolescentes que realizan actividades orientadas al mercado (casi el 45 por ciento) que entre aquellos que realizan actividades domésticas intensivas (37,6 por ciento)”.

En las zonas rurales, la OTIA explicó que “las principales actividades entre los adolescentes son cultivar o cosechar productos para la venta (15,1 por ciento), ayudar en comercios o negocios (12,4 por ciento), construcción o reparación de viviendas (9,5 por ciento), producción de ladrillos (8,9 por ciento). ) y ordeñar y cuidar animales de granja (8,6 por ciento)”.

A medida que crecen, los menores pasan de actividades destinadas a ayudar a su familia –“67,7 por ciento de los niños urbanos y 65,2 por ciento de sus homólogos rurales”– a “relaciones salariales precarias (39,3 por ciento para los adolescentes urbanos y 29,9 por ciento para los rurales), ”, advierte el informe.

Sin embargo, detrás de las cifras reflejadas en este informe hay realidades más alarmantes. “Entre los niños y adolescentes se evidencian condiciones laborales desfavorables: alrededor de uno de cada tres está cansado por su actividad; casi uno de cada tres señaló sentir frío o calor en el trabajo; y uno de cada cuatro niños urbanos realiza su actividad en la calle o en el transporte”.

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