Malvinas Argentinas

El vecino cotidiano

El otro día fui a visitar a un amigo que vive cerca de Panamericana y ruta 202, por lo que decidí regresar a mi casa del barrio Textil de Los Polvorines en el colectivo de la línea 365: grave error. Acepté que un viernes a la tarde el tránsito no fuera ágil por la autopista, pero cuando el vehículo bajó a la Avenida Sesquicentenario, más conocida por Ruta 197, me comencé a preocupar.

Y sí, remodelar una calle de este tipo, ensancharla no es tarea fácil y lleva un tiempo, lo entiendo, pero ir a dos kilómetros por hora es un infierno. Cuando subí no había asientos libres y permanecí parado en todo el trayecto. ¿No estaría bueno que hubiera un boleto diferenciado para los que viajan parados todo el trayecto y para los que se sientan? (¡Ay! Éso me recuerda el artículo Aires de pesadilla de la fallecida psicoanalista Silvia Bleichmar sobre posibles -y aterradores- tiempos venideros). Ansiaba preguntarle a los otros pasajeros que lucían hartos cómo soportaban viajar diariamente de esta forma. Pero desistí de la consulta y me resigné a bambolear como ganado para el matadero. Una vez que me bajé a la altura del ex Batallón 601 y logré cruzar la ruta (otro cuento) observé gente disfrutando del día con sol y música alegre. Me tenté y al otro día fui al predio, tocaba el grupo de rock La Recalcada y pasé por la inauguración del Salón Primavera 2007, acto que comenzó un poco más tarde de lo anunciado (¡qué raro!), pero había bonitas pinturas que por mi incapacidad artística no las valoré, pero las disfruté, ¡sí señor! A la noche tenía una reunión en la localidad de Boulogne, esta vez no lo dudé y tomé el querido tren, pero instantes después de abandonar la estación de Villa de Mayo el ferrocarril no siguió avanzando, ops ops… qué había pasado… La formación había rozado a un joven que manejaba una moto y cruzó con las barreras bajas. Me llamó la atención que tanta gente quisiera ver un tipo que se hizo pelota. Algo de morbosidad. Pero también que a muchos no le importara que alguien esté hecho pelota y lo único que pedía era que arranque el tren. Por suerte, el motoquero nada más se fracturó algunas costillas y pude llegar sin más sobresaltos a mi destino.

Osvaldo Pepe

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