Cultura

¿Cómo y por qué homenajear a Fogwill hoy?

Foto: Archivo Ricardo Ceppi.

El pasado 15 de julio un pequeño grupo de personas se reunieron en una esquina de Quilmes, para homenajear a quien hubiera cumplido 81 años ese día, figura ineludible de nuestra literatura, punzante y atractivo polemizador, agudo agitador cultural del retorno a la democracia: Rodolfo Fogwill. Sobre la calle Nicolás Videla, entre Av. Hipólito Yrigoyen y las vías, a la vuelta del poder judicial de la ciudad del sudeste de la provincia de Buenos Aires, nació en 1941 el autor de Muchacha Punk, Los Pichiciegos y Vivir afuera. Allí se juntaron familiares y amigos, convocados por el proyecto de cambiarle el nombre al tramo que va del 0 al 100 de la calle Nicolás Videla, para rebautizarla como Pasaje Fogwill. La idea surgió por iniciativa de la organización político cultural La tuñón, junto a conocidos del escritor residentes en Quilmes y la librería El Monje.

“Cuando era chico le preguntaba a mi papá todo el tiempo si le iban a poner su nombre a una calle porque lo veía en revistas diarios y entrevistas” público en su cuenta de Instagram José, uno de los cinco hijos de Fogwill, “pero él me decía que no creía que fuera a suceder. hoy fuimos a Quilmes por el proyecto de cambiarle el nombre a la calle en la que nació a “pasaje Fogwill”. entendí algo del legado y la importancia de hacer y materializar: hacer como si fuera un regalo, un gesto más grande que el gesto en sí. hoy cumpliría 81 años y no entiendo si este es nuestro regalo a él o su regalo a nosotrxs. creo que no importa mucho tampoco. en fin, feliz cumple, te queremos mucho y te extrañamos. viva #fogwill”.

José tiene 26 años. Hace música, escribe poesía, ha sido actor, intérprete, performer, hoy trabaja en el campo de la producción audiovisual. Le escribí y nos juntamos a charlar. Pronto el tema que nos convocaba se transformó en un disparador para hablar de otras cosas que se escondían en la voluntad del homenaje. Dialogando, hilamos la admiración hacia la figura de Fogwill y la voluntad de su revalorización con nuestras disquisiciones generacionales, como si lo importante de traer su obra a colación fuese descubrir qué de ella tomar para seguir interrogando nuestra realidad, nuestras instituciones y nuestras contiendas con los modos de ejercer el poder. ¿Qué nos dice Fogwill sobre la figura del artista, qué sobre las potencias del intelectual, qué sobre las fronteras entre lo personal y lo político, qué sobre nuestra relación con el pasado y con el futuro? ¿Cómo usar a Fogwill para seguir pensando y cuestionando el presente? Y, sobre todo, ¿por qué homenajear, para qué, de qué modo?

– ¿Qué es lo que tiene que pasar para que se efectivice el cambio de nombre de la calle?
– Tienen que firmar la mitad de los propietarios frentistas, que son aproximadamente 30. Pero eso es todo un laburo: hay que ponerse en contacto, ir y explicarles quién era Fogwill, porque quizás ni sepan. Por eso me parece que es re válido venir acá a hablar de esto con vos y que trascienda la acción en el sentido de reconocer que Fogwill es una figura super importante. Mega importante. Y me recontra desmarco del lugar de familiar. Estoy agradecido de que el lugar de familiar me de la voz para decirte esto, decir ‘che, este chabón se la jugó todo el tiempo: podría haber perdido todo el tiempo. Perdió. Fue en cana, perdió todo, se alejó de la familia, no veía a nadie, la pasó muy mal, casi se muere y traspasó todo eso, siguió enseñando cosas positivas’. Me parece que todo ese arco de su vida, más allá de la corrección política de los finales felices (porque no fue un final feliz), es una narrativa con la cual reflexionar. Es el tipo de arco narrativo que a mi me gusta.

– El cambio de nombre sería también un homenaje a su obra.
– Sí, y me parece importante hacer cosas que sigan poniendo en valor la obra y la figura de Fogwill como escritor. Me flashea que hoy en día gente que no lo conocía se acerque y me diga ‘che leí a tu viejo, no sabía que era tu viejo’. Gente de mi edad, un poco más chica o un poco más grande. Que todavía siga capturando obra escrita en los 80 o los 90, con todo el arco de evolución de la idiosincrasia y el cambio de paradigma social que se dio desde entonces, para mí es sorprendente. Creo que eso es un gran valor para la obra de cualquier artista, y más para una figura como él, que era un chabón que decía cosas. Algunas siguen vigentes y otras no. En ese sentido, el objetivo último es hacer que se expanda una puesta en valor de su obra. Entablar un diálogo con todo lo que hizo.

Foto Gentileza: Diario de Svejk.

– En la publicación que escribiste usaste una serie de palabras muy lindas, no sé si las pensaste mucho: legado, hacer, materializar y regalo. Están de alguna forma emparentadas, más allá del caso particular ¿A qué te referís cuando pensás en el cambio de nombre de la calle como un gesto más grande que el gesto en sí?
– No había pensado que eran parte de una misma cosa esas palabras, pero es verdad que sí. Creo que detrás de todo hay una pregunta muy filosófica, muy pesada y a veces muy goma que es el para qué. El para qué de las cosas. Y más aún cuando se trata de hechos o piezas artísticas. ¿Por qué? ¿Cuál es el valor? Sobre todo hoy que, al menos yo, estoy muy descreído de cosas como la política o incluso a veces me parece una gomeada el arte. Hay toda una institucionalidad de esas cuestiones, que quizás cuando mi viejo escribía estaba vigente y para él entonces ciertas ideas tenían un sentido claro, como ser una persona y dejar alguna marca en la historia, y que eso sea un poco el motor de la vida. A mi generación o la de mis hermanos más chicos se les desconfiguró eso. Lo que nos pasa a nosotros es más parecido a “¿qué es esta vida?, ¿quién me preguntó si quería nacer y estar acá haciendo todas estas cosas?, ¿qué onda? ¿por qué y para qué y para quiénes y por qué nos vinculamos y no somos un bichito asocial haciendo la nuestra?”. Y al respecto, se me completó un sentido acercándome a Quilmes el otro día. Cuando llegué, me agarró Norberto Arias, que tiene la librería El Monje ahí y era muy amigo de mi viejo. Él me contó la anécdota del diario. Fogwill siempre polemizaba, pero cuando yo tenía 6 años, agarrabas una revista y en la tapa estaba Messi que jugaba bien al fútbol y estaba él. Era rarísimo. En el 2004 ganó el premio nacional de literatura por Vivir afuera, una novela que escribió en el ‘94. Osea que fue 10 años después que se empezó a legitimar su obra de esa forma. Antes de eso mi viejo tuvo 1000 vidas, pasó por 1000 lugares. Cuando veo todo el arco narrativo de su vida, me parece increíble. Yo separo la obra del artista, en un punto tengo que hacerlo. Pero los artistas que más me gustan son los que tienen vida y obras tales que no se pueden separar. Por eso cuando hablo de la obra de Fogwill hablo no sólo de sus novelas o sus cuentos, sino también de sus entrevistas, sus ensayos, y de su experiencia total. Me parece una enseñanza la vida que tuvo. Yo soy medio fan de mi viejo, pero no porque sea mi viejo. Me impresiona su narrativa y lo que él superó: una vida con grandes altibajos, con problemas económicos, con problemas de consumo de drogas, con problemas políticos. Esa pulsión de vida, esa energía, ese deseo, esa pasión por hacer, por enseñar, por cuidar y criar -que sale como sale porque la vida es así y es accidental y obviamente que hay mil cosas que recriminar- todo ese arco merece una puesta en valor. Creo que ese es el gesto más grande que el gesto en sí.

T: ¿Cuál es, entonces, la enseñanza de esa vida?
JF: Es una buena pregunta. Es muy amplia. Él estaba obsesionado con…voy a decir palabras que se resignificaron con el tiempo, pero él estaba obsesionado con la vida. Con usar la vida que tenés, con aprovecharla. Por eso, cuando yo nací, habiéndole pasado todo lo que le había pasado, me rompía mucho las bolas. Me hacía hacer deporte de alto rendimiento, estaba sobre-estimulado intelectualmente, me leía Poe a los 4 años. Tenía 51, no era una persona mayor, pero estaba curtido y cargaba con una suerte de data de señor viejo. Eso implicó muchas enseñanzas para mí, pero todas se engloban en una más grande que es: che, la vida tuya, tu vida, la tenés a mano: usala. No quiero caer en un cliché, entonces elijo muy bien qué palabras pongo al lado de ‘vida’, porque también es un concepto muy grande. Disfrutarla, aprovecharla y compartirla. Y ahí viene la posta: compartirla me parece lo más importante. Para compartirla, la tenés que tener. Una vez que la tenés, la explicación de porqué hay que compartirla la ves en la satisfacción que te da la empatía de ver a tus amigos sonriendo o a tu familia bien o a tu pareja.

– Me parece muy interesante lo que decís porque creo que son tiempos en los que no está fácil obsesionarse con la vida.
– No, más bien todo lo contrario.

– Se nota mucho lo que está costando en la gente jóven, en nosotros mismos. Vos me decías recién que te cuesta mucho creer en la política o en el arte como trascendencia. Incluso quienes creemos firmemente en la política, estamos teniendo problemas para encontrar herramientas para convencer a los que no creen, de que vale la pena. Me parece interesante en ese sentido pensar en reafirmar figuras que planteen fugas a esa lógica imperante.
– Sí, pero no quisiera banalizar ni simplificarlo tampoco. No es que porque el chabón empezó a escribir ahora estamos todos felices. Es la narrativa de las cosas a lo que me parece que hay que prestarle atención. Para solidarizarse un poco con lo que vino antes y con lo que va a venir después. Entendiendo obviamente que la vida cotidiana no invita a pensar en la historia de las cosas. Cuando yo no tengo ganas de salir de la cama o me siento mal, no recurro a esto. Pero cuando uno sí se sienta a concientizar el macro, se vuelve claro: yo tengo todo esto y voy hacia todo esto otro. Por eso el gesto va más allá del afecto hacia mi viejo. Es poder ver qué es lo que se nos es dado y cómo eso se capitaliza en todo lo que hacemos, en las acciones.

– Vale la pena pensar en cuáles son las posibilidades de capitalización de eso en el plano del accionar artístico o creativo hoy.
– Hubo un momento en el que me vinculaba con el arte de una forma que me angustiaba mucho. Se me hacía abstracto. Tenía una idea que se materializaba en un poema, una canción, o lo que sea. Y empezaba a pensar: sí, yo me conmuevo con esto, pero ¿qué pasa con eso? no estoy haciendo nada. Sigo sin poder pagar el alquiler, sigo viviendo con mi vieja, sigo caminando porque no tengo sube, sigo pasándola muy mal porque todavía no tengo respuestas. Fuera de la emoción de la experiencia artística, que dura muy poco, no estoy cambiando nada. No cambian las cosas, permanecen, como vienen, dadas. Con el tiempo entendí que lo que más me gustaba era el proceso y la participación de todas las personas que hacen que el poema exista. El poema en sí es todo lo que pasa antes y todo lo que pasa después. Y hoy puedo ver eso mismo en la obra de mi viejo y ver cómo eso operaba en su persona. Pienso por ejemplo en cómo me mostró la cultura punk, cuando era muy chico. Hasta los 14, 15 yo no escuchaba rock. Mi viejo solo escuchaba música clásica o cosas muy random como, no sé, folklore pakistani. Lo único que me mostraba de la cultura pop eran Eminem, Michael Jackson y Sex Pistols. Re heterogéneo, eso resumía un poco su personalidad. Algo de eso, hoy lo tomo como herencia. Porque cuando me mostraba Sex Pistols, yo tenía 7, 6 años y no entendía. A mi me sonaba mal, estaba sonando mal, era un caos. Cuando me empezó a explicar todo lo que implicó, lo que significaba a nivel sociocultural, ahí me fasciné. Entonces lo importante de Sex Pistols es cómo después de ellos la gente produjo música o pensó la música o la cultura pop. Y eso es algo que también se aplica a la obra de Fogwill y a cualquier otra obra: me interesa mucho más eso que una buena ejecución, un virtuosismo o una sensibilidad muy grande, aunque esas sean cosas que valoro. El poder de la obra de mi viejo es que evidencia lo transformadora que puede ser una vida. La fuerza que te puede dar. Y vuelvo ahí después de preguntarme mucho qué mierda pasa con lo que hacemos. Vuelvo a la explicación de que lo importante no es el acto narcisista de mostrarle a alguien cómo hacés las cosas, sino todo lo que pasa alrededor del acto. Y siento que él diría algo parecido. Porque a él le gustaba estar en una del rockstar, del punk si se quiere, pero realmente creo que no lo hacía por el acto narcisista de hacerlo, sino porque entendía todo lo que generaba eso.

– Esa forma de pensar qué se pone en valor cuando se pone en valor una figura como la de él es muy potenciadora como perspectiva para mirar nuestra historia reciente también, qué cosas queremos preservar y qué cosas necesitamos derribar.
– Hay como dos aristas de eso: está la visión más tanguera y melancólica, de lo que ya no está y los valores que se perdieron. Y esta la cara opuesta de eso. Hace poco leí Volverse Público de Boris Groys. Ahí aparece la idea de incendiar todos los museos, en el sentido de borrar todo, desestimar el pasado y volverlo a construir. Antes me regía más por esa visión. Todavía no terminé de integrar los dos lados, pero hoy pongo en la balanza también el valor del legado y la herencia, a nivel humanidad. Es como si fuese una gran clase de filosofía, la humanidad en sí. Hay muchas enseñanzas sobre cómo hacer, cómo vincularse, cómo encontrarse, cómo conservarse. La historia de la filosofía se desarrolló así: un filósofo piensa arriba del otro. No es como el método científico que plantea ‘bueno, a partir de acá hay otras leyes, todo es nuevo’. Quizás la gracia está en cuestionar la idea de que los museos sean un lugar tan sagrado de la conservación, y que impidan el deterioro natural de las cosas. Un árbol crece y muere y arriba de eso va a crecer otro árbol. Cuando pienso en la gente que murió o las cosas que murieron, me doy cuenta de que uno toma y descarta todo el tiempo.

– Eso nos sucede con nosotrxs mismxs también ¿no? Une toma y descarta cosas de su propia identidad pasada. Y creo que gran parte de lo que nos signó de la explosión de los feminismos de esta década es la noción de que todo se transforma, de que las conclusiones no son absolutas. En ese sentido me parece que -por suerte- para nosotres nunca va a terminar de ser por completo una visión o la otra. El horizonte de expectativas, la revolución posible, está en agenciarse de que con el tiempo, los sucesos van iluminando otras zonas de las mismas cosas.
– 100%.

– Me gustaría hablar de Fogwill como polemista, en el siguiente sentido: hoy hay algo del discurso público que está en una página en la cual, claramente, no tenés que pensar mucho antes de decir algo, e incluso muchas veces es más importante salir a decir algo que pensarlo. Me pregunto por qué es interesante leer textos polémicos como algunos que escribió tu viejo.
– Claro, porque mi viejo nació en los 40 y a veces uno tiene la sensación de que nadie entiende bien qué carajo pensaba la gente en los 40. Pienso en él y digo: un chabón que estuvo en cana, fue militante guerrillero, vio a todos sus amigos morir, vio a muchos amigos desaparecer, no estaba para joder. Lo que creía, lo creía. Lo entiendo hoy de grande: es una generación que tiene otro valor de lo efímero de las cosas. La vida no está allá, está acá. Y obviamente, cada generación va a tener su propio punto de vista. La corrección política es un tema delicado. Mi viejo vivió la dictadura, la política estaba en otro lugar, si pensabas algo te podían matar. La corrección política se asentaba en ideas de la amabilidad, los buenos modales, la buena educación, la cordura. Cosas completamente culturales que si analizás, entendés que son simplemente separaciones clasistas. En ese momento, dijo un montón de cosas que salieron a la luz en forma de la figura punk que encarnó, de estar siempre por izquierda o muy a la derecha, siempre desbaratando algo. Hoy pasa que la corrección política coincide con la visión progresista. Entonces ser incorrecto políticamente te posiciona en otro lugar. Por suerte, es mejor la vara de la corrección política. No me parece que sea un momento para atentar contra ese logro, que es que el progresismo sea correcto y esos sean los valores ideológicos y políticos de pertenencia. Pero sí creo que con el tiempo va a haber un proceso de darle más lugar a la posibilidad de una contracultura de esa corrección, que ya no es tan política sino más bien social.

Quizás homenajear se trate hoy de ensalzar aquello que del pasado queremos rescatar sin que eso anule el cuestionamiento de lo que buscamos derribar. Un festejo de la posibilidad de potenciar esos gestos del pasado que pavimentaron el camino que hoy seguimos construyendo, hacia un futuro enraizado en otros modos de existencia. Que la calle Nicolás Videla se convierta en el Pasaje Fogwill es una acción que vale la pena defender y fomentar en ese sentido: como una invitación a construir futuro sobre el pasado. Como un gesto más grande que el gesto en sí.

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