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Club de lucha | Buenos Aires Times

La dirigencia política argentina atraviesa un momento particular en el que todo es pelea.

El gran promotor de este actual estado de cosas, en el que reina la agresividad entre quienes expresan pensamientos diferentes, es el presidente Javier Milei, para quien quien piensa diferente es simplemente un enemigo. Este es un problema real porque socava el concepto mismo de democracia. La idea del pensamiento monolítico representa la antítesis del mismo. Este concepto, que fue instalado por el kirchnerismo cuando llegó al poder, se ha arraigado en el Presidente. Y es notable ver cómo los enemigos se alimentan unos de otros. Es una historia tan antigua como la historia de la humanidad.

En el think tank Instituto Patria, Cristina Fernández de Kirchner cree que el actual gobierno la está reviviendo. Y en el gobierno de Milei celebran las apariciones del ex presidente y vicepresidente, porque perciben que eso les favorece fuertemente. Veremos.

La reciente carta de 33 páginas de CFK demuestra varias cosas. La primera es que tiene mucho tiempo libre. La segunda es que su necesidad de centralidad es persistente. La tercera es que su voluntad de hacer daño permanece intacta. La cuarta es que su falta de autocrítica también permanece intacta. Quinto, la presencia –que no pasa desapercibida– de sus habituales confusiones y errores conceptuales. Sexto, sus permanentes contradicciones. A todo ello hay que sumar un séptimo que nos sorprendió: su falta de timing. Haber publicado la carta el mismo día que se conoció el índice de inflación fue un error. «¡Qué favor nos hizo!», dijo una voz eufórica del partido gobernante.

Por supuesto, los problemas que enfrenta el gobierno son mucho más complejos que la carta de CFK. La insistencia del presidente en querer romper cualquier negociación con casi todo el espectro político demuestra que aún no ha comprendido que ya no se encuentra en medio del fragor de la campaña electoral. Hoy, el gobierno argentino no tiene la posibilidad de lograr que el Congreso apruebe ningún proyecto de ley. Incluso si finalmente se aliara con el partido PRO de Mauricio Macri, no tendría los números para alcanzar las mayorías necesarias para aprobar leyes. En las altas esferas de La Libertad Avanza flota el siguiente razonamiento: «Enviaremos proyectos de ley más cortos al Parlamento y cuando la oposición los rechace, nos encargaremos de exponerlos ante la sociedad». Creen que hacerlo –tal como lo hicieron con los diputados que no votaron por el 'proyecto de ley Ómnibus'- será suficiente para exonerarlos de cualquier responsabilidad por los eventuales fracasos de la presidencia de Milei. El Jefe de Estado se equivoca si cree que ésta es la única manera de gobernar. También se equivoca si piensa que los miembros de “la casta” van a destrozarlo todo ante supuestas revelaciones que ya son conocidas por todos. ¿Qué hace que haya una mancha más en el tigre?

A principios de este mes, el Papa Francisco le ofreció a Milei dos lecciones muy claras: la importancia del perdón y el valor de escuchar a los demás. El cariño del pontífice hacia el Presidente fue un mensaje muy potente no sólo para Milei sino para la sociedad argentina en su conjunto. No hubo reproches, ni malas caras, ni tensiones: hubo sonrisas, bromas y abrazos que Francisco animó y aceptó. «Gracias por venir», dijo a quienes lo habían descrito como el representante del «Mal» en la tierra.

En el encuentro posterior, inusualmente largo, el Papa –que tiene una visión económica muy distinta a la del Presidente– lo escuchó con la mayor atención. Por lo que se vio después, Milei no parece haber aprendido la lección. Encerrarse en los propios pensamientos es como refugiarse en una caja de cristal, no sólo por su fragilidad, sino también por la posibilidad de quedar a la intemperie para que todo el mundo la vea. Algo similar le ocurrió a Macri en distintos períodos de su mandato. Se dejó monopolizar –en atención y hasta en voluntad– por su entonces jefe de Gabinete, Marcos Peña, y se distanció de quienes querían ayudarlo a ocupar el cargo con una visión más certera de la realidad. El expresidente debería advertir a Milei que su actitud no conducirá a un buen resultado.

Sin embargo, la situación política actual –rica en discusiones estériles entre una oposición totalmente fragmentada– dificulta la tarea de encontrar verdaderos aliados. La coalición Juntos por el Cambio ya no existe, mientras que en el PRO las cosas ya no son como antes y la búsqueda de nuevos líderes atiza peleas internas. Dentro del radicalismo no hay nada de sorprendente: es un partido con dirigentes que anhelan el poder pero están atrincherados en una estructura que no se renueva y que arrastra consigo todos los vicios de la vieja política. Su límite es la institucionalidad. En esto se diferencian claramente de gran parte del peronismo que hace y hará cualquier cosa para recuperar el poder. Sin embargo, dentro de Unión por la Patria las cosas no están mucho mejor. Fernández de Kirchner sigue mirándose el ombligo y mirándose las espaldas, temerosa de los procesos judiciales que la acosan. Su hijo Máximo Kirchner vuelve a ser una caricatura huérfana del poder, sin horizonte y sin capacidad de liderazgo. Axel Kicillof apenas soporta la realidad de la provincia de Buenos Aires.

A Kicillof no le resulta fácil gobernar el distrito más complejo del país. Quienes vieron en él una posibilidad de reagrupamiento serio para el kirchnerismo y el peronismo están equivocados. En este caldo de cultivo de disputas y conspiraciones, Sergio Massa espera su momento como espectador de lujo. Por eso es tan importante que al gobierno de Milei le vaya bien. Argentina no puede permitirse el lujo de volver a sus viejas costumbres. Un pasado que atormenta y del que sería muy difícil salir.

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