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«Salvate vos que tenés toda la vida por delante»

“Antes de irse, Roberto Perdía me dijo: ‘Entrá y salí de la casa’. Lo hice dos o tres veces. La última vez, cuando volvía caminando, doblé la esquina y vi a cuatro personas paradas en la puerta, visiblemente armadas, y un auto. Eran las 10 de la noche. Tenía dos opciones: correr con todas mis fuerzas o seguir caminando. Ellos me miraban. Fue un segundo. Seguí caminando y llegué hasta el teléfono público de mitad de cuadra. El filo de la luz de la calle caía justo en el asiento trasero del auto. Allí vi, por última vez, a María Inés Raverta. Descolgué, llamé a mi madre -secuestrada en ese mismo momento- y ella me dijo: ‘Salvate vos que tenés toda la vida por delante’”, relató el ex montonero Gustavo Molfino frente a los jueces del tribunal Oral Federal (TOF) N°4 de San Martín en la tercera audiencia del juicio La Contraofensiva de Montoneros.

Molfino se ahoga, hace un paréntesis, toma un sorbo de agua y se seca los ojos. Esa fue, también, la última vez que habló con su madre, Noemí Esther Gianetti de Molfino. Su testimonio lleva más de una hora, entre el silencio y una atención rotunda en la sala Pueyrredón.

La escena que relata Molfino transcurre en el barrio Miraflores de Lima, Perú, el 14 de junio de 1980. La casa ubicada en la calle Madrid resulta una parábola del destino en su vida: el 21 de julio de ese mismo año, su madre aparecería asesinada por la dictadura argentina en un hotel de España, en Madrid.

“Poco tiempo antes de los hechos”, cuenta Molfino al tribunal y muestra una foto de su madre, “había viajado a Perú desde el exilio en París, con la misión, encomendada por la conducción de Montoneros, de alquilar una casa por dueño directo”. El objetivo era que ese nuevo lugar, pudiera albergar la clandestinidad de sus compañeros, también exiliados, entre ellos a su madre. Allí, se instaló a la espera de nuevas directivas de la organización.

“‘¿A que no sabés quién llega mañana?’, me dijo Perdía, ‘tu vieja’”, relata Gustavo. Su hermana Marcela Molfino, junto su compañero Guillermo Amarilla y su hermano Rubén, habían sido “chupados” en Argentina en octubre de 1979. Noemí Gianetti, encabezaba, desde el exilio, la búsqueda de su hija, y de todos los desaparecidos, junto a las primeras Madres de Plaza de Mayo.  

“Yo me especialicé en la preparación de documentos, para sostener la clandestinidad, y de embutes”, señala. Sin haber cumplido 18 años, en 1978, Molfino ingresó en la estructura de Montoneros desde el exilio, en Francia. María Inés Raverta, bajo el sobrenombre “Juliana”, quien sería secuestrada al año siguiente por militares argentinos del Batallón 601 de Inteligencia en la casa de Perú, fue quien lo introdujo en el esquema de “comunicaciones entre la conducción y áreas intermedias”.

“Con María Inés pasábamos largas horas leyendo marxismo en Perú”, formula Molfino ante el tribunal. Recuerda que antes del allanamiento de la “patota”, donde se llevan a Raverta, él mismo la había acompañado, tras el pedido de su compañera, a una cita en un “barrio jodido”. Desde el público, la diputada nacional de Unidad Ciudadana María Fernanda Raverta escucha con atención el relato. Su hermana, Ana, declarará el próximo martes. 

Sin embargo, la persecución de la dictadura cívico-militar a su familia comenzó mucho antes, en Argentina: “En el 74 mi hermana -Marcela Molfino- conoce a Guillermo Amarilla y pasa a militar en Montoneros. Ella se queda escondida en la casa de su suegra cuando Guillermo se va a Salta. La patota la fue a buscar, entró violentamente buscándolo a él… No lo encontraron y ella zafó por su cara de niña. Estaba embarazada, acostada en una cama, y no se dieron cuenta”.

“La política en mi familia se inicia en los ’70. Y era una permanente en todos mis hermanos. Una de mis hermanas era simpatizante de la juventud guevarista. Mi hermana Marcela era militante del peronismo de base y mis dos hermanos, José Alberto y Liliana eran militantes”, contextualizó Molfino en su declaración ante el tribunal.

Luego de la detención de su hermana en 1977,  Molfino, junto a su madre, parten al exilio en Francia. Desde allí, “empezamos a involucrarnos en la denuncia contra Argentina por la dictadura”, explicó ante los jueces que componen el tribunal: Esteban Rodríguez Eggers, Alejando De Korvez y Matías Alejandro Mancini. 

“A mediados del ’78 Marcela y Guillermo salieron del país y fueron a Francia. Previo a eso tuvimos una etapa de convivencia en Buenos Aires y estaban desenganchados de la organización. Mi madre alquiló una casa en la avenida Nazca y allí vivíamos felices pero con un nivel de clandestinidad que si uno no llegaba había que estar alerta”, señaló Molfino y recordó: “Yo iba a un colegio industrial en Boedo. Tenía que simular que vivía en Monserrat. Me toma un subte hasta independencia y de ahí un colectivo”.

Los «embutes», la técnica para esconder documentación o dinero en objetos sencillos, fue una de las herramientas que desarrolló Molfino como miembro de Montoneros, en la clandestinidad. Con un detalle claro ante los jueces del TOF N° 4, explicó que “armaba tableros de ajedrez con doble fondo donde guardaba documentos”.

Ese recuerdo fue asociado a su primer misión importante, desde el exilio, dentro de Montoneros: “Un día, la conducción me propuso entrar a la Argentina con un nombre falso. El objetivo era rescatar a los compañeros de Ligas Agrarias que ya estaban viviendo en Buenos Aires, enseñarles la confección de documentación y enviarles dinero para salir de Argentina”.

Madrid, Río de Janeiro, San Pablo, “donde estoy unos días y cambio la documentación”, Asunción y Buenos Aires, fueron los destinos de la travesía para lograr infiltrarse en su propio país y no ser capturado por los distintos cuerpos de Inteligencia montados por el Gobierno militar. En ese viaje, luego de cumplir la misión, se reunió con su hermana Marcela y con su cuñado Guillermo, por separado.

“Para ese año, la organización había prohibido la pastilla de cianuro. Entonces le pedí a una amiga farmacéutica que me dé algo. Un día, luego de encontrarme con un compañero en Constitución, con el que fuimos a un lugar que nunca supe donde era, creí que perdía y la iba a tomar”, dijo.

De ese viaje a Buenos Aires, Molfino recuerda: “Yo le pregunté a mi cuñado por qué no se iban. Él me dijo: ‘Mira, nosotros estamos insertados en un barrio humilde y trabajando con las familias’. Fue la última vez que lo vi”.

Luego de los hechos de Perú, Gustavo Molfino viajó a Europa a encargarse del esclarecimiento del crimen de su madre. “Hay un informe de Inteligencia del 1980 donde confirma que el -Batallón- 601, con la colaboración del Ejército Argentino, detuvo a argentinos en Lima que iban a ser enviados a Bolivia y luego a Argentina. Allí serían interrogados y luego desaparecidos permanentemente”, señaló.

“La dictadura Argentina había pedido permiso a Perú para capturar a quince montoneros. Los peruanos habilitaron pero pidieron que lo hagan rápido”, contó al tribunal.

Con los años, distintos informes de Inteligencia confirmaron que, luego del secuestro en Perú a su madre, María Inés Raverta, y otros compañeros, los llevan con vida a Bolivia y luego a Brasil. Luego serían enviados al centro clandestino de detención «El Campito» de Campo de Mayo. Su madre, Noemí, sería liberada, luego, bajo la condición de aceptar un pasaporte falso y un pasaje a Europa. El engaño escondía él crimen en el hotel de Madrid.

“Mi madre no recuperó nunca su libertad porque siempre estuvo secuestrada. A ella la sacaban a caminar por una playa donde estaba María Inés, en Perú. Uno de los captores se sorprendió de la frialdad de mamá cuando le gatillaron en la cabeza sin balas, simulando que la mataban. Sabemos que fue traída a la Argentina y que estuvo en campo de Mayo”, declara Molfino y cuenta detalles de su asesinato: “La metieron en un hotel y le dieron una pastilla. La dejaron en bombacha y corpiño y la taparon con tres frazadas para asegurar la descomposición del cuerpo. Pusieron un cartel en la puerta de ‘no molestar’ y cuando fueron los empleados a los días descubrieron el mal olor”.

A Ramírez, otro compañero secuestrado durante la misma cacería en Perú, «lo agarra la Policía peruana y lo llevan a un hospital porque estaba herido. Allí lo entregan a la patota argentina«. Los registros de su paso por ese hospital desaparecerían.

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Gustavo Molfino / Fuente: juiciocontraofensiva.blogspot.com

La lectura que hizo, es que la dictadura utilizó a su madre como una estrategia de prensa para decir: “Vieron: en vez de estar en Perú estaban en Madrid de joda”.

Luego de 1984, desde Nicaragua, Molfino regresó a la Argentina.

Antes de terminar su declaración ante el tribunal, señala: “Tuvimos de todo en mi familia. Un noviecito que tenía mi hermana Marcela antes de conocer a Guillermo, que había venido a estudiar desde Goya, nos enteramos, con los años, y después de compartir años con él como amigo de la familia, nos enteramos que era personal de Inteligencia del Batallón 601”. Luego de ser desafectado de las fuerzas, “no visitó más a la familia”.

“Soy un tipo feliz. Tuve cinco hijos, una nieta -llora y respira profundo-. Durante diez años vi la violencia política en la familia. El mandato me lo dio mi vieja al decirme ‘sálvate vos que tenés toda la vida por delante’. Me gustaría tenerlos a estos señores -los represores- acá sentados y a sus familiares pero se que tienen ese derecho”, cerró Molfino su declaración.

Un aplauso contínuo y duradero emergió cuando el juez Eggers agradeció la declaración a Molfino. El abrazo del público, al final, fue contundente y secó las lágrimas de las varias veces que Molfino se quebró en su declaración.

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