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Leyendas y fantasmas: Crónica del castillo Nazar Anchorena de José C. Paz

Está ubicada en Croacia 6115, en la zona donde esa avenida se cruza con las vías del tren San Martín.

Por Marcelo Metayer, de Agencia DIB

Marion Crane llega en medio de la noche, bajo una cortina de lluvia. Nadie la recibe. Toca bocina hasta que alguien baja de la enorme casa, siniestra en su soledad, con dos ventanas iluminadas que miran al vacío. Es una escena clave de «Psicosis» (Alfred Hitchcock, 1960), donde la residencia Bates impone su presencia y comienza a convertirse en escenario y protagonista.

El mismo escalofrío puede sentir un viajero que, desprevenido, en una noche de tormenta tome la avenida Croacia en José C. Paz, cruce las vías del San Martín y siga unas cuadras sobre el barro. Así, de golpe, se le va a aparecer la mansión Nazar Anchorena, de estilo inglés, muy similar a la construcción ficticia que aparece en la película. Es un castillo que contrasta con todo lo que lo rodea, levantado en 1914 para ser morada de verano de la familia de Benjamín Nazar Anchorena. Hoy en día solo lo habitan fantasmas: los inasibles espectros del pasado, y los que aparecen, según susurran los vecinos, en las ventanas en ciertos días, o golpean desde el interior de habitaciones cerradas.

Nazar Anchorena fue un rico industrial, socio fundador del Club Náutico de San Isidro y presidente del Programa Casas Baratas dependiente del Ministerio del Interior de la Nación. Don Benjamín se casó en 1907 con María Salud Arana, que le dio seis hijos.

En 1914 se construyó la mansión de veraneo en el entonces paraje Ameghino, actualmente Barrio Sol y Verde. En 1920 falleció María Salud y años después el viudo volvió a casarse, esta vez con Sara María del Carmen Bretón Lahitte, con quien tuvieron cuatro hijos más. Benjamín Nazar Anchorena tuvo una larga vida y falleció en 1964, a los 87 años. Fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta.

La capilla del Sagrado Corazón

Mientras la mansión era usada como lugar de descanso verano tras verano, cumplió otra función en la comunidad. Porque Benjamín había mandado a construir en sus terrenos una capilla, consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, y que fue la primera iglesia de José C. Paz. El primer bautismo registrado en el lugar data del 10 de enero de 1915. El último, el 4 de noviembre de 1956.

José Joaquín Nazar Anchorena, hijo del segundo matrimonio de Benjamín, recordó en una charla con el historiador Alberto Julio Fernández que «teníamos un coche con siete asientos y cada domingo íbamos a buscar al sacerdote a la estación de José C. Paz, de paso también traíamos algunos vecinos que quedaban por el camino, incluso hacíamos tres o cuatro viajes más buscando a los de la vecindad para que participaran de la misa. Además se bautizaba y se confirmaba, recibiendo de tanto en tanto la visita de algún obispo para administrar el Sacramento de la Confirmación. Con papá, mamá y todos los hermanos enseñábamos el catecismo preparando a los niños de los alrededores para la primera comunión. El día de la comunión les ofrecíamos un desayuno en nuestro comedor».

La capilla sobrevivió bastante tiempo a su creador y fue demolida en 1980, cuando llegaron las vías del tren. O así se cuenta, al menos. El historiador Fernández afirma en un artículo reciente que «solo quedan los dos postes del portón de entrada, un escalón y las hileras de árboles que la rodeaban. Manos anónimas se fueron llevando, poco a poco, los materiales con que estaba construida».

Espectro en la ventana

Hoy en día, la mansión Nazar Anchorena permanece abandonada, con su fachada desteñida por el sol. Las ventanas, las puertas y los postigones fueron quebrados. Su aspecto inspiró sombrías leyendas, mal que le pese a Coca, una señora que vive en una casita en el predio desde hace mucho tiempo y que asegura que «todo lo que se dice es mentira».

¿Y qué es lo que se dice? La mayoría de las historias están relacionadas, claro, con la capilla desaparecida. Algunos afirman que «en la iglesia se ahorcó un cura». Y que «mataron a las monjas que vivían en la iglesia».

Otros aseguran que «en la casa se suicidó un hombre y que el fantasma mira por la ventana los miércoles cerca de la medianoche, hora en la que murió». No se aclara si el suicida es el sacerdote antes mencionado u otra persona. También queda la duda de cuál sería el cura que dio el mal paso, ya que por la capilla del Sagrado Corazón desfilaron desde su fundación 19 padres. Como curiosidad al margen, uno de ellos fue el jesuita Benito Reyna, el primer sacerdote argentino que habló de platos voladores.

Y hay vecinos, que fueron citados en una charla con Clarín Zonal, que hablan de los «ruidos extraños» que salen de una habitación cerrada a cal y canto: «Un cura visitó el lugar y nos contó que la puerta de uno de los cuartos no se puede abrir, ahí es donde se escuchan golpes».

La señora Coca, mientras tanto, que reside desde 1973 en una pequeña vivienda junto a la casa, descartó los rumores de plano. «Nunca vi o escuché nada de lo que nombran. Jamás vi abrirse una ventana ni otra cosa. Lo del cura es mentira. Nunca se ahorcó ni lo mataron. Yo lo conocí y lo apreciaba mucho porque bautizó a tres de mis diez hijos y murió de viejito». No aclara tampoco a cuál de los 19 se refiere, aunque es posible que hable del último, el padre franciscano Cristóbal Radic, párroco de la capilla desde 1950 hasta su cierre seis años después.

Qué es verdad y qué mentira en todo esto, es muy difícil de comprobar. Lo interesante son los relatos, que pueblan los derruidos cuartos y pasillos del castillo de fantasmagóricos habitantes. Y si muchos vecinos, a la par de visitantes fascinados por la arquitectura y la historia del lugar, se animan a acercarse y entrar y piden que se lo declare patrimonio histórico, otros, por el contrario, se cruzan de vereda y prefieren quedarse lejos. Como quizás debió haber hecho Marion Crane con la casa Bates, aquella noche bajo la lluvia. (DIB) MM

 

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