Conurbano

«La niña del campanario», un femicidio infantil con escasos avances en cinco décadas

Telam SE

«Los femicidios infantiles son hoy tan invisibilizados como hace 50 años» es una de las conclusiones que se desprenden del último libro de la psicóloga Sonia Almada, dedicado al crimen impune y olvidado de una niña de 8 años violada y asesinada a mediados de los años ’70 dentro de la iglesia lindera al colegio de Don Torcuato, donde cursaba el tercer grado.

Es que la sociedad sigue siendo «tan patriarcal y adultocéntrica» como lo era el 27 de septiembre de 1974 cuando Ana María Rivarola -la víctima- pidió permiso para ir al baño en el Colegio San Marcelo, sin sospechar que a los pocos metros sería interceptada por su asesino.

Presidenta de la organización Aralma contra las violencias en la infancia, Almada vivía también en Don Torcuato y tenía la misma edad que «Anita» al momento del hecho, razón por la cual quedó grabado a fuego en su memoria a pesar de que los medios abandonaron el caso a los pocos días y todo quedó cubierto por un manto de olvido e impunidad.

«La noticia me afectó porque a partir de ella descubrí, a mis 8 años, que los niños pueden ser asesinados. Fue muy fuerte porque yo sobreviví a la violencia sexual, Anita no», contó.

Hoy cree que el caso también influyó en su vocación «junto con otras variables» porque «la elección profesional no puede ser separada de lo personal», según dijo a Télam.

Pero el crimen del campanario volvió aún con más urgencia hace dos años y se le impuso como eje de un libro que «me terminó escribiendo a mí» y que inicialmente versaría sobre las violencias en la infancia y no sobre un caso específico.

«Me disponía a escribir un capítulo sobre infanticidio, cuando regresa a mi memoria el asesinato de esta nena que de la que no sabía ni el nombre. Empiezo a preguntar y me llama mucho la atención que nadie lo recordara. Busco en diarios e internet y tampoco hay nada», señaló a esta agencia.

«Nadie más parecía recordarlo hasta que en un programa de TV me encontré con el afamado criminólogo Raúl Torres que había participado de la investigación policial del hecho», agregó.

A partir de entonces «se me abrió un mundo» con diferentes puntas para indagar sobre un crimen que en un momento pareció existir solo en su imaginación.

«El caso me resultó paradigmático para hablar de cómo es tapada la violencia sexual en la infancia, de los feminicidios infantiles -porque Anita es violada y asesinada por su condición de género- pero también de los abusos dentro de ambientes eclesiásticos», dijo.

A lo largo de sus 160 páginas, el libro editado por La Docta Ignorancia va reconstruyendo lo ocurrido a través de la voz de diferentes testigos, mostrando el «trauma social» que provocó este asesinato así como echando luz sobre los diferentes sospechosos.

Telam SE

Se suceden allí las voces de la mejor amiga de Anita, de su sobrina, del exmarido de la única hermana, de la secretaria del colegio, de una maestra, de la mejor amiga de la hermana, de un amigo de los curas de la Iglesia San Marcelo…Pero también aparecen las escasas crónicas periodísticas sobre el hecho.

El único matutino que lleva el tema a tapa el 28 de septiembre es El diario, de La Plata, que informó entonces: «En una iglesia violan y ahorcan a una niña». Fue el segundo titular más importante, después del que da cuenta del asesinato del abogado Silvio Frondizi a manos de la triple A; lo que muy resulta sintomático del marco de creciente violencia política que rodeó al hecho.

«Cuando ya han transcurrido casi dos semanas (…), la investigación parece haber chocado contra un muro infranqueable. (…) Fue muerta, sin duda alguna, para evitar que señalara a quien la había hecho objeto de malos tratos. Este detalle, agregado a las características del lugar del hecho, señala casi con toda certeza que conocía a su agresor», puede leerse en la edición de Clarín del 13 de octubre de 1974, una de las últimas referencias periodísticas al caso.

Catorce años después tuvo lugar otro femicidio infantil en las instalaciones de un colegio e igualmente impune: el de Jimena Hernández, violada y asesinada a sus 11 años en una escuela primaria de Caballito cuando participaba de una competencia de natación.

Almada elige hablar de «feminicidios» y no de femicidios infantiles «porque el Estado es responsable por no crear las condiciones necesarias de seguridad para que no las asesinen», pero también de abonar luego la invisibilización de estas violencias con la «falta de registros».

Ambas cuestiones son otras tantas muestras de la vigencia en la sociedad de «una mirada adultocéntrica y patriarcal» hacia los niños, niñas y adolescentes que «naturaliza» las malos tratos.

«Vivimos en un mundo conformado por los deseos de los adultos, en el cual los niños son los últimos orejones del tarro hasta cuando son tratados bien. No se escucha a los chicos porque todavía hay una cultura tutelar según la cual los adultos son los amos y señores de la crianza, y desde esta comodidad adulta no se ven tampoco las violencias», reflexionó.

Incluso cuando «se reflexiona acerca de la independencia y la libertad de las mujeres», no hay referencias «a lo que le pasa a las niñas».

«Está muy bien poner el foco en cómo hemos sido y somos oprimidas las mujeres -siendo una de las formas el ponernos a maternar cuando no lo deseamos- pero también es importante mirar a los niños porque cuando una mujer es víctima de violencia de género ellos también la padecen», dijo.

No obstante, más allá de los casos en que la agresión machista se prolonga en los niños o en que éstos son atacados para doblegar a una mujer, «es justo decir que la violencia hacia los niños también la ejercen algunas mujeres».

La invisibilización de las violencias hacia las infancias y adolescencias se ve favorecida también por el hecho de que «a los adultos les cuesta muchísimo pensar que a los niños les pasen cosas horribles» porque «hay algo allí del orden de lo imposible de elaborar».

«Los chicos te cuentan la posta, pero los adultos tienen sacralizados a sus propios padres, no pueden hablar de lo que han vivido y tampoco revisar lo que hicieron después con sus hijos. La deconstrucción en ese sentido no ha llegado», dijo.

«Siempre les digo a los creyentes que así como hay un mandamiento que dice ‘honrarás a tu padre y a tu madre’, falta otro que diga ‘honrarás a tus hijos'», agregó.

Dos cuestiones le llaman la atención, sobre todo, entre los testimonios recolectados: que muy pocos recordaban que Anita había sido violada además de asesinada «como si así el hecho fuera menos grave»; y que el miedo a hablar o la decisión de encubrir persisten en algunas personas casi 50 años después.

«Yo tengo la casi certeza que el pederasta homicida provino de ahí mismo, del colegio y del clero, pero fue encubierto por todos los demás», concluyó.

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