Nación

Ni castas ni autoritarismo | Buenos Aires Times

No hubo sorpresas. El ruidoso choque del presidente Javier Milei 'Ley Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos' era de esperarse. El levantamiento de la sesión después de la aprobación en primera lectura de la llamada “ley Ómnibus” -convertida en ley de minibuses- había hecho sonar las alarmas. Era evidente que al gobierno le faltaban votos para avanzar con la aprobación cláusula por cláusula de la ley multiartículo. Existía la necesidad de negociaciones que no prosperaron cuando el presidente Milei ordenó mantener su postura intransigente sobre la participación federal en los ingresos del impuesto PAIS.

Era una noche de martes furiosa en la suite que ocupaba Milei en el histórico Hotel Rey David de Jerusalén. La boca del presidente ardía. “Traidores”, “criminales”, “ladrones” e “hijos de puta” se escucharon repetidamente en esas horas de salvaje enfado.

El momento del viaje de Milei a Israel fue mal elegido. Fue un error abandonar el país en un momento tan crucial, dando a la situación política local una importancia central que obligaba a referirse permanentemente a ella. Tanto el sentido común como la lógica política dictarían que ningún presidente debería realizar una gira internacional al mismo tiempo que se debaten cuestiones centrales para su administración, y mucho menos cuando se expone a una votación perdida en el Congreso de las dimensiones sufridas la semana pasada.

Una muestra del malestar presidencial fue la publicación en su cuenta de Instagram de una imagen con los fragmentos bíblicos correspondientes a los versículos 19, 20, 21 y 26 del capítulo 32 del Éxodo, segundo libro del Antiguo Testamento. Este pasaje describe el momento en el que Moisés, al bajar del monte Sinaí después de haber escrito los Diez Mandamientos dictados por Dios, encontró al pueblo judío bailando su adoración del becerro de oro fabricado por su hermano Aarón. Furioso, Moss rompió las tablillas y decidió castigar al pueblo judío.

Es importante en este punto hacer una distinción fundamental entre la narración del capítulo bíblico mencionado por Milei y la noche del martes en la Cámara Baja de Diputados. Los protagonistas tildados de “traidores” por el Presidente fueron los diputados, no la ciudadanía.

La ira, uno de los siete pecados capitales, es el origen de muchos males en la historia de la humanidad. Es imposible no asociar estos arrebatos de Milei con la brusca decisión de retirar los subsidios al transporte en venganza, una vendetta que perjudica a la ciudadanía. No es la casta política la que toma cada día el autobús (o autobuses) para ir a trabajar sino el ciudadano común y fundamentalmente los más pobres.

Vale la pena recordar aquellos días de furia que dejó la semana más complicada de su mandato hasta el momento. En el ámbito político, la oposición moderada –compuesta principalmente por el PRO– se disparó. “Arriesgamos tanto o más que los diputados del gobierno. No estamos en el gobierno y, por lo tanto, no tenemos el compromiso de votar –como lo hicimos– varios artículos complicados de la ley general. Pagamos el precio político y el Presidente acabó retirándolo.

Tuvimos que tragarnos nuestro orgullo”, se quejó un diputado aliado del gobierno.

No hay santos y mucho menos alguien inocente en este enredo de juegos de poder. Más allá de las quejas y lamentos para la galería, el PRO es perfectamente consciente de que el Presidente acabará pactando con ellos para hacer ejercicio parlamentario. No tiene muchas otras opciones.

El otro gran perdedor de la semana fue el ministro del Interior, Guillermo Francos. Sobre sus hombros recayó la responsabilidad de dialogar con diputados y gobernadores –junto con el presidente de la Cámara Baja, Martín Menem– para negociar votos y respaldos clave. Nada de eso ocurrió, en gran medida por la intransigencia del propio Milei. Por otro lado, no pocos diputados señalaron que Francos no estaba tan al día con las normas parlamentarias como debería haber estado. Un senador dijo irónicamente: “Francos ya estaba pasado de moda en los años 1990, así que imagínese cómo lo vemos ahora”.

Otras dos víctimas de la ira presidencial han quedado en el camino. Al final de la semana, el Presidente exigió las renuncias del titular de la administración de seguridad social de la ANSES, Osvaldo Giordano, y de la secretaria de Minería, Flavia Royón. Desde el miércoles estos funcionarios eran considerados condenados en círculos gubernamentales por responder a los gobernadores peronistas de Córdoba y Salta, Giordano en el primer caso y Royón al salteño Gustavo Sáenz.

Los secretarios Franco Mogetta (Transporte) y Luis Giovine (Obras Públicas) y el titular del Banco Nación, Daniel Tillard, caminan sobre hielo fino. Ante esta conducta irascible, surgen al menos dos preguntas. ¿No cuentan para nada la capacidad técnica en sus puestos y las vacantes que hubieran podido ofrecer al gobierno? Y en cualquier caso, ¿fueron todas esas nominaciones fruto de un toma y daca de una negociación intrincada y miope?

En el caso de Giordano, no fueron pocos los empresarios que defendieron su capacidad técnica y su visión de futuro en un puesto clave. Había iniciado un ambicioso plan para eliminar a los intermediarios políticos de la distribución de beneficios de bienestar social. Su salida abre un paréntesis que deja en stand-by muchas buenas iniciativas.

Más allá de los nombres, a corto plazo se enciende una luz ámbar para la política interna. El Presidente debe entender que la campaña ha terminado. Ya no se trata de hacer marketing ni de hacer cosas lindas: gobernar requiere acuerdos, flexibilidad y sensatez. Los argentinos ya hemos sufrido bastante bajo líderes cuasi mesiánicos que han abierto un abismo de grieta interminable a través de su lógica de amigo o enemigo.

Casta no, pero autoritarismo tampoco.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba