Cultura

«La literatura nos hace libres porque nos permite ver más lejos, ver distinto»

Isabel Zapata. Foto: Nuria Lagarde.

La escritora y editora mexicana Isabel Zapata instala en los ensayos de su libro «Maneras de desaparecer» posibles respuestas o rodeos en torno a los modos en que reaparece aquello que está perdido o ausente y hace prevalecer una escritura que propone una conversación con los lectores, sin certezas concluyentes ni aseveraciones estridentes sino con la avidez por encontrar vacilación ante el duelo, la falta o la ausencia.

«Leer los libros que mamá anotó es hablar con ella, y la conversación es una forma del amor», dice en el primer ensayo titulado «Mi madre vive aquí», un recorrido por la geometría del duelo pero también por las bibliotecas, las marcas de los libros y aquello que se escribe -en cuadernos o en márgenes de libros- para dejar sentado el inicio de un diálogo más allá del tiempo.

Editado por Excursiones y acompañado por reproducciones de obras de la artista plástica argentina Valentina Ansaldi, el primer trabajo que llega a la Argentina de Zapata (Ciudad de México, 1984) contiene algunos textos que se publicaron antes en el libro «Alberca vacía», en el portal web «Hoja Santa» y en la plataforma «Vano sonoro», por ejemplo, pero fueron revisados y transformados por la autora.

«La literatura tiene que quedarse un rato largo en la vida para volver a ser literatura», dice el escritor y poeta chileno Alejandro Zambra en el prólogo de esta edición y así avanzan los textos de Zapata: pasar por ellos es quedarse con nuevas imágenes sobre las bibliotecas, las piletas (llamadas albercas en México), las fotografías, las siestas o el silencio.

A través de preguntas y respuestas que se movieron entre las ciudades de México y Buenos Aires vía correo electrónico, la escritora y cofundadora de la editorial Antílope estableció un diálogo con Télam sobre el trabajo de escritura de estos ensayos; su tarea de editora junto a sus colegas Marina Azahua, Jazmina Barrera, Astrid López Méndez, César Tejeda y Renata Riebeling; y el lugar del silencio en esta coyuntura de certezas altisonantes: «Vivimos en una época muy fascinada con la idea de alzar la voz y a veces se nos escapan otras posibilidades de comunicación menos frontales», dice.

-Télam: El libro se compone de textos que tuvieron otras versiones. ¿Cómo fue volver a estos escritos?

-Isabel Zapata: La verdad es que fue muy disfrutable y un poco desconcertante. Aunque casi todos los ensayos del libro fueron publicados en «Alberca vacía» hace cuatro años, muchos los escribí bastante antes, y revisarlos ahora fue mirarme un espejo en el que no me reconocía del todo. Eso está bien: te obliga a repensar un montón de cosas. Es un dilema recurrente, supongo, qué tanto tocar un texto una vez que ha sido publicado. En el caso de este libro (no sé si lo haría en otros), yo sí me di permiso de extenderme, de transformarme. ¡Hasta el nombre del libro cambió! Me tomé muy en serio eso de ensayar, supongo…

-T: Alejandro Zambra dice en el prólogo que dan ganas de contestarle a los ensayos y pensaba que es un gran elogio que el texto dispare ganas de conversar, de retomar una conversación, y eso no es algo que tiene que ver con los temas sino con la escritura. ¿Cómo lees esa definición?

-I.Z.: Eso que dice Alejandro es, honestamente, de las cosas más lindas que alguien ha dicho sobre mi trabajo. Puedo decir que ésa era mi intención: escribir ensayos sin el objetivo de llegar a nada puntal o definitivo, sino de dejar temas sobre la mesa, de trazar senderos posibles, de buscar respuestas que sé que no llegarán nunca.

-T: En «Cartas de amor a las hormigas del patio de mi vecina» está la cita («Los días son donde vivimos») de un poema de Philip Larkin y pensaba que son un foco que se puede encontrar en los distintos ensayos del libro porque van al pasado pero no para quedarse sino para tomarlo como envión, para volver con fuerza a decir algo nuevo sobre el presente. ¿Te interesa ese movimiento que incluye a la memoria como ejercicio?

-I.Z.: El tema de la memoria me obsesiona, claro (como a tantos escritores, en eso no soy nada original). Es un asunto al que vuelvo incluso cuando según yo quiero hablar de otra cosa, como si se escondiera en los rincones de mi mente para de pronto salir a decir ¡aquí estoy de nuevo! en el momento menos esperado. Me gusta pensar en la memoria como ficción, en la posibilidad de inventarnos la vida en el mejor sentido de la palabra. Y como dices, supongo que tiene que ver con un ímpetu de conservación casi, con una manera de asirme al presente.

-T: Zambra habla de tus obsesiones como eje de los ensayos y en la nota de la introducción decís que en estos textos diversos hay un panorama de ellas: el duelo, la vida que palpita en los libros, los mecanismos de la memoria y la conversación con el resto de las especies. ¿Qué aporta la literatura a la hora de pensarlas? ¿Qué te aportó a vos, por ejemplo, para atravesar duelos o pensar en la memoria?

-I.Z.: No sé si la literatura «aporta» algo, pero lo que estoy segura de que sí hace es abrir espacios para pensar las cosas desde un lugar nuevo. Es en ese sentido que la literatura nos hace libres, no porque nos vuelva más felices o más plenos, sino porque nos permite ver más lejos, ver distinto. En el caso que mencionas del duelo, por ejemplo, escribir no ha aminorado el dolor pero me ha ayudado a abrirme camino a través de él.

-T: «Maneras de desaparecer» es el título de uno de los cuentos ensayos y hay una frase de esa nota introductoria que una pregunta: «En qué lugar vuelve a aparecer lo que perdemos». ¿El libro puede leerse como un intento de respuesta a eso? ¿Ese lugar puede ser la literatura? ¿Son los libros o las conversaciones?

-I.Z.: Absolutamente, el libro puede leerse como un intento de respuesta a eso: lo que perdemos vuelve a aparecer siempre, es cuestión de buscar atentamente. Tanto los libros como las conversaciones, que de hecho son más o menos lo mismo, ayudan a eso.

-T: El silencio es un tema que insiste en varios de los ensayos, ¿cómo te interesa pensar el silencio en relación a la escritura y la lectura?

-I.Z.: La pandemia vino a transformar todo lo que pensábamos sobre el silencio. Me gusta mucho pensar en todo lo que decimos al callar, la marginalia de lo que elegimos no decir, sobre todo ahora que soy madre y el silencio ha cobrado un peso y significado enormemente distinto en mi vida. Vivimos en una época muy fascinada con la idea de alzar la voz, y que a veces se nos escapan en otras posibilidades de comunicación menos frontales.

-T: Creaste una editorial con amigas, Ediciones Antílope. ¿Cómo es eso? ¿Cómo dialoga esa tarea de editora con tu escritura?

-I.Z.: Es curioso, pero tener una editorial ha ido, desde un principio, de la mano con mi trabajo como escritora. Ambas son labores creativas, de modo que editar y escribir (y yo agregaría traducir) se retroalimentan y enriquecen en muchos sentidos, al punto de que hoy no me imagino ninguna de esas tareas de manera aislada. Por otro lado, Antílope me ha llevado a relacionarme con muchos colegas de los que he aprendido mucho.

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